GRAND HOTEL


Abrir una fonda en Pamplona en el año 1881 cuando en la ciudad, capital de provincia, había ya suficientes establecimientos dedicados al alojamiento, denota por parte de los fundadores, el matrimonio Erro – Graz, un carácter emprendedor digno de tenerse en cuenta. Se ha visto cómo desde un principio La Perla supo abrirse camino, desde 1885 gracias al esfuerzo en solitario de una mujer, Teresa Graz, que tras quedarse viuda, fue capaz de salir adelante con un negocio que rápidamente se instaló en una categoría y en un puesto de honor.
Dentro de la rica historia del Hotel La Perla existe un capítulo no muy conocido, pero francamente interesante; es una aventura hotelera en la que se embarcó La Perla y que duró desde 1913 hasta 1934. Durante todos esos años se mantuvo abierto en Pamplona el Grand Hotel, un hotel de auténtico lujo para aquella época, y que durante ese tiempo fue propiedad del Hotel La Perla. Su historia es la siguiente:


El edificio

En junio de 1910, ocupando un solar existente en la plaza de San Francisco, se comenzó a construir el llamado edificio de “La Agrícola”, uno de los más bellos que hay en Pamplona. Ideado por el arquitecto donostiarra don Francisco Urcola, fue mandado construir por la Sociedad de Banca y Seguros “La Agrícola”, y en él tuvo sus oficinas dicha sociedad hasta el 14 de junio de 1925, fecha en que quebró.
Una vez finalizadas las obras, el edificio se inauguró el 9 de noviembre de 1912. Estaba construido de sillería y ladrillo, con pisos entarimados sobre viguetas de hierro y madera, y la cubierta de cemento volcánico. Su coste ascendió a 800.000 pesetas.
A su vez el edificio, además de alojar a la sociedad bancaria “La Agrícola”, tuvo simultáneamente otros usos.
El 26 de mayo de 1913 se inauguró el Grand Hotel, que permanecería allí hasta 1934. La parte del edificio correspondiente a la calle Nueva estuvo ocupada de 1914 a 1924 por el Gobierno Civil. De 1936 a 1939 en la planta baja se instaló la Junta de Transportes, que posteriormente arrendó los locales a la Central Nacional-Sindicalista. De 1942 a 1964 ubicó su sede la Comisaría de Abastecimientos y Transportes, ocupando el edificio a partir de 1966 la Dirección de Agricultura y Ganadería de la Diputación Foral, y desde el 11 de octubre de 1972 la Biblioteca de la Diputación.


Grand Hotel

Unos meses antes de inaugurarse el edificio, concretamente en el mes de julio, la prensa provincial se hacía ya eco de los rumores de que en el edificio de “La Agrícola” se proyectaba instalar un “gran hotel, como los que hay en las grandes capitales de Europa; es verdad que el edificio es soberbio y haría un gran papel dedicado a ese fin”, se leía el 28 de julio de 1912 en “La Tradición Navarra”.
Durante poco más de veinte años (1913-1934) quien ocupó la mayor parte del edificio fue el Grand Hotel. Fue inaugurado el 26 de mayo de 1913 por parte de sus propietarios, la Sociedad “Mendizábal, Górriz y Cía.”, ocupando este la planta baja del edificio, los sótanos y cinco pisos por la calle de Tecenderías (hoy Ansoleaga), la mitad de la fachada que da a la plaza de las Escuelas (hoy de San Francisco), y una parte de la planta baja de la casa número 24 de la calle Nueva. El peso de la apertura del hotel y de su puesta en marcha lo llevó Tomás Mendizábal, que en sus estancias en Pamplona se alojaba en La Perla.
Sus fundadores y primeros propietarios no durarían ni tan siquiera un mes, pues a mitades de junio de ese mismo año, parece ser que por el módico precio de 200.000 pesetas, don José Moreno, propietario del Hotel La Perla, compró este nuevo hotel a don Tomás Mendizábal, representante de la sociedad fundadora. No obstante existen versiones contradictorias sobre este extremo, y hay quien sostiene que no hubo compra, sino solamente un traspaso que costó 18.000 pesetas.
Sea como fuere, sería bonito poder trasladarnos con nuestra imaginación al segundo decenio del siglo XX y, desde aquél estilo de vida y de gentes, valorar lo que entonces era el Grand Hotel. Solo de este modo se pueden apreciar las comodidades y el fasto con que estaba equipado, que hoy, con la óptica de los nuevos tiempos, no parecerían tales.

Por un pequeño jardín situado en el ángulo formado por la calle Tecenderías y la plaza de San Francisco se entraba al vestíbulo del hotel; un vestíbulo lujosamente decorado en el que estaban instalados la conserjería, la recepción, el teléfono para llamadas urbanas y de servicio interior del hotel, el ascensor (el primero que se puso en Pamplona), el montacargas, un pequeño saloncito de estilo inglés, y los servicios higiénicos de señoras y caballeros, con agua corriente caliente y fría.
Del vestíbulo, a través de un ancho pasillo, se accedía a un impresionante hall en donde no faltaban las sillas y las mesas de mimbre, las grandes macetas con sus arbolitos, las lámparas de la luz eléctrica, e incluso un piano que todavía hoy se conserva en el Hotel La Perla.
Y del hall se entraba al restaurante, al que sus dimensiones, la riqueza y el buen gusto de su decoración, le daban un aspecto verdaderamente señorial.
Los cinco pisos del hotel –de idéntica planta-, y la planta baja, estaban comunicados por una magnífica escalera de mármol blanco. Las habitaciones eran espaciosas y estaban ricamente amuebladas, todas con luz directa y perfecta ventilación, además de contar con baños, duchas y WC en cada piso. Tampoco faltaban las habitaciones con baño completo, enmoquetadas y con un pequeño saloncito. La luz eléctrica y calefacción central estaban presentes en todo el hotel.


De hotel a hotel

Después de comprar el Grand Hotel, don José Moreno no lo abriría formalmente hasta 1918, año en que se reinauguró abriéndose solamente durante la época estival. Es a partir de 1922 cuando atiende al público durante todo el año. En mayo de este año el precio de la pensión completa semanal por persona era: habitación interior, 105 pesetas; habitación exterior, 140 pesetas; habitación de lujo, 155 pesetas; y habitación de lujo con baño, 210 pesetas.
Los propietarios del Hotel La Perla se esforzaron desde un primer momento en traspasar sus clientes al Gran Hotel, poniendo en este último todo tipo de comodidades y de lujos. Se hizo, por ejemplo, que llegase antes el correo al Grand Hotel que a La Perla; también llegaba antes el autobús de viajeros de la estación. Y los clientes disfrutaban en el Grand Hotel de múltiples servicios: garage, excursiones arqueológicas, caza y pesca, funciones de circo y teatro en el mismo hotel, y un sinfín más de curiosidades que aún hoy serían consideradas como un servicio auténticamente extraordinario.
En La Perla se recomendaba siempre el Grand Hotel, y la brigada de cocina del primero se trasladó al segundo, a cuyo frente había un chef francés que gozaba de una gran reputación; así mismo el menú tenía cuatro platos, mientras que en La Perla era de tres. Se servía champán de los mejores que había entonces, así como vinos de inigualables marcas nacionales y extranjeras, como podían ser los vinos de Burdeos provenientes de la casa “Schröder, Schyler y Cía.”, o los bourgognes de la casa “Ghichart, Potheret et fils”.
Pero a pesar de las ventajas y comodidades que desde un primer momento ofreció el Grand Hotel, la clientela prefirió siempre el Hotel La Perla, lo cual hacía que el establecimiento de la plaza de San Francisco no fuese todo lo rentable que se había deseado. Ante esto, en 1934, don José Moreno decidió vender el Grand Hotel –se dice que por 850.000 pesetas, aunque también en esto existen versiones contradictorias-, e invertir el importe de la venta en la reforma del Hotel La Perla, que ya había iniciado sus obras el año anterior bajo la dirección del arquitecto Víctor Eusa.


Publicidad, precios, y clientela

En los tiempos inaugurales del Grand Hotel se editó un folleto propagandístico que hoy haría las delicias de más de un anticuario o las de un coleccionista de fotografías antiguas. Se trataba de un folleto con portada de color verde en la que figuraba una foto del edificio, unas letras que titulaban “Pamplona. Grand Hotel”, y un escudo de Pamplona (que a su vez era el del hotel); y tanto las letras como el escudo eran impresos en relieve. La primera parte del folleto estaba dedicada al Grand Hotel, la segunda parte a Pamplona, y la tercera iba dedicada a Navarra; todo ello ilustrado con numerosas fotografías.
Con posterioridad a estos folletos se hicieron unos impresos que anunciaban la reapertura definitiva del hotel durante todo el año (desde 1918 hasta 1922 se abrió únicamente durante el verano). En mayo de 1922 don Lucio Ruiz de Alda fue contratado por el hotel para que repartiese estos prospectos por los vagones de los trenes que paraban en la estación de Castejón con destino a Pamplona; don Lucio debía repartir solamente en los coches de primera y unos poquitos cada vez con el fin de que durasen más, al menos esas eran las recomendaciones que se le dio. Se le pagaba a este propagandista la cantidad de 0’50 pesetas diarias.
Pero la propaganda no consistía únicamente en folletos o prospectos. Durante los meses de julio, agosto, y septiembre de 1924 la “Gaceta del Norte” insertaba en sus páginas el siguiente anuncio: “Grand Hotel. Pamplona. Teléfono 217 – Confort moderno. Habitaciones con baño – Pensión desde 12 pesetas”.

A los clientes que venían en sanfermines se les enviaba previamente el programa de las fiestas y, si ellos lo deseaban, se les reservaba entradas para las corridas de toros. Estos clientes en las fiestas de 1924 pagaban por persona y día, en régimen de pensión completa, la cantidad de 30 ó 40 pesetas, y si la habitación era de lujo el importe ya ascendía a 50 pesetas. Las reservas tenían que ser para un mínimo de cuatro días.
Dos años antes, en 1922, lo que pagaba un huésped por pensión completa era: desde 13 pesetas hasta 30 pesetas; este último precio corresponde a habitaciones con baño, enmoquetadas, y con un pequeño saloncito.
Evidentemente el Grand Hotel captaba una clientela elegante y distinguida, y a él acudían los ricos señores, propietarios de hermosos vehículos que de continuo eran un elemento decorativo en la plaza de las Escuelas (plaza de San Francisco). Estos señores acostumbraban a traer chofer y sirviente, pero a estos no se les alojaba allí, sino que se les enviaba a fondas o a casas particulares, aunque la comida podían hacerla en el hotel.
Algo similar sucedía con el restaurante, en el que los banquetes y homenajes a gente distinguida eran una constante. Es el caso, entre otros muchos, de Fernando de los Ríos, Ministro de Instrucción Pública, que acudió a Pamplona el 4 de septiembre de 1932 a inaugurar en el Teatro Gayarre la Semana Pedagógica, y que tuvo en el Grand Hotel su punto de alojamiento, y también donde él y las autoridades provinciales celebraron el banquete de inauguración de estas jornadas.

Don César Moreno, hijo de quien compró el Grand Hotel, trabajó desde su infancia en este lujoso establecimiento, y hace unos años nos rememoraba sus recuerdos y sus vivencias. Contaba él cómo durante la primera Guerra Mundial un soldado alemán se refugió en el hotel y posteriormente se suicidó allí arrojándose desde un balcón. Y en otra ocasión fue el mismo César quien se paseó por la barandilla del balcón con el fin de hacerle unas gracias a su hermano Rafael. César estaba en la creencia de que a sus espaldas estaba el andamio, pero al ver la cara de su hermano se percató de que el andamiaje lo acababan de retirar, llevándose el consiguiente susto.
Todavía ser conservan algunas invitaciones para las funciones de circo que temporalmente se representaban en el hotel; todo un espectáculo en el que participaban los propietarios del establecimiento con la colaboración de algunos pamploneses que hacían alarde graciosamente de sus cualidades artísticas.
En la función que se celebró el 26 de diciembre de 1932, bajo la dirección artística de los hermanos Moreno, César Moreno actuaba como prestidigitador y se le presentaba como “el as de la magia”; Pachi Iraburu, “el benjamín de los acróbatas”, tenía su propio número de saltos y de piruetas; Popi y Pitito eran los simpáticos clowns; don Félix Pérez daba conciertos de piano; mientras que Segundo Egaña, “el eminente tenor”, se esforzaba en seguir los pasos de Julián Gayarre. Al pie de las invitaciones figuraba siempre una simpática nota que es interesante reproducir. Decía así: “En caso de lluvia no se suspenderá la función por celebrarse a cubierto. Se advierte a los asistentes que quieran actuar de reventadores que los familiares de los artistas se encuentran entre el público provistos de garrotes. Se previene a las señoras propensas a la hilaridad convulsiva que Madame X vende fajas especiales reforzadas. Esta función gratuita se celebra a beneficio del reformatorio de suegras”.

Lo cierto es que el Grand Hotel cerró sus puertas, y con ellas se cerraba uno de los capítulos más curiosos de la historia del Hotel La Perla. A día de hoy, a pesar de las reformas que ha sufrido el Hotel La Perla, cualquier cliente que hubiese conocido el Grand Hotel reconocería hoy en La Perla numerosos detalles que están integrados en la decoración y que provienen de aquél hotel que durante veinte años existió en la plaza de San Francisco; se trata de jarrones, sillas, puertas con vidriera, embellecedores, el piano, y otras muchas piezas y elementos que nos permiten evocar esta parcela de la historia de La Perla y de la propia ciudad de Pamplona.